Paterna: Flamenca y Cantaora

Hoy en día es un hecho prácticamente aceptado por la mayoría de los investigadores del flamenco que el cante por Peteneras tiene su origen en Paterna de Rivera (Cádiz). Pero Paterna no solo es la Cuna de la Petenera; el cante flamenco es una de sus principales manifestaciones culturales, tan arraigado entre su gente, que ha dado todo un elenco de importantes cantaores de renombrada fama. Y es que el Flamenco y la Petenera son señas de identidad cultural de este blanco pueblo gaditano.

Desde su fundación, “El Alcaucil”, en su afán por recuperar el rico acervo cultural de nuestro pueblo, ha venido desarrollando numerosas actividades en torno al cante, la petenera y la promoción de artistas y aficionados locales. Continuando esta labor de difusión y promoción esta asociación pretende ahora abrir este espacio dedicado al flamenco en Paterna con especial interés en sus cantaores y al cante que le da fama, la Petenera.



21/1/09

ESCENAS ANDALUZAS (Serafín Estebanez Calderón)

Serafín Estebanez Calderón "El Solitario" (Málaga, 1799 - 1867), abogado, profesor, militar, periodista, editor, político… destacó sobre todo como escritor costumbrista, siendo uno de los máximos exponentes de la Literatura Romántica Andaluza. Las primeras noticias que tenemos del flamenco se la debemos a Estebanez Claderón.

En Noviembre de 1845 "El Solitario" publicaba en "El Siglo Pintoresco" "Asamblea General de los caballeros y damas de Triana”, donde por primera vez se hacía referencia al cante por Peteneras a las que describe como unas seguidillas que van por aire más vivo y de una melancolía inexplicable. Dos años después esta narración la incluiría, junto a otros relatos costrumbristas, en su conocida, y fundamental para la historia del flamenco, "Escenas Andaluzas" (Imprenta de don Salvador Ballesteros, Madrid, 1847), con ilustraciones del portuense Francisco Lameyer

Un baile en Triana
de los caballeros y damas de Triana, y toma de hábito en la orden de cierta rubia bailadora


...La zambra en tal punto, se dejó entrar por las puertas del zaguán cierto pajecillo de pocos años, si de muchos harapos, y que si no mostraba gran riqueza en ellas, llamaba la atención por lo natural y fresco de sus libreas, que casi eran todas de cuero y carne, a pique siempre en sus movimientos de brotar y rebsar la ejecutoria de su sexo. El tal perillán, dando una vuelta sobre un pie como para jugar a la coxcojita, y teniendo presente sin duda lo del romance en quintillas de Moratín:
Hincó la rodilla y dijo,

-Si de aquí y de allá se ha congregado la gente de prosapia para coronar a la perla bailadora, ¿se le antoja también a este cónclave que arriben, vengan y lleguen de Cádiz y allende el mar, no la estrella de guía, ni los tres Reyes Magos, sino la estrella de las gitanas y los Magos y Reyes de los movimientos y circunstancias, para traer su feudo y tributo de adoraciones y contentamientos al caso que aquí se constituye?

La caterva iba, sin dudar en ello, a dar su asentimiento por los diversos diapasones que ya conocemos, cuando don Poyato, emprolongándose desde su asiento y poniendo en feria de nuevo su figura, dijo:

-¡Pues no han de entrar! Y pido y suplico que se nombre comitiva y acompañamiento de buena acogida y recibir; que ella es, sin poder ser otra, la Dolores y su comparsa de Espeletilla, Enriquillo, el Granadino, la Mosca y demás zarandajas.
-¡Pues que entren! -dijeron todos.
Y entrando que entraron, se dejó ver de capitana y adalid la muchacha anunciada por don Poyato: y en verdad que era ella un tipo acabado de su raza y su país. Bella y gentil en la persona, era su color soberanamente bronceado, y negros los ojos y rasgados con muchísima intención y fuego; el pelo no hay que mentarlo, negro también como el cuervo, y, como cíngaro, seguido y fláccido; la boca albeando con una dentadura de piñones blanquísimos; el talle suelto y ágil a maravilla, y los pies de la mejor traza, así como el arranque de las piernas, que, en lo que dejaron ver luego sus estalles y campanelas, pregonábanse de gran morbidez y perfecto perfil. En las mudanzas y vueltas de la rondeña y zapateado estuvo de lo más apurado que puede verse; pero en tocando que llegaron a los éxtasis y últimos golpes de la yerba-buena, las seguidillas y la Tana, fue cosa para vista y admirada, que no para puesta aquí en relato. Ello es que el Planeta, el Fillo y toda la asamblea, clamaron en unísono y conjunto: «que había mucho de novedad y no poco de excelencia en tal bailadora, todo de manera que la ponía y encimaba sobre cualquier encarecimiento, salvo, empero, si era en contraste con la rubilla Carmela, a tal punto aclamada y admitida por reina del donaire y de la gentileza, y quede esto, añadieron, así sabido y asentado.»

Por nuestra parte, vamos al capítulo de los cantares, que en esto sí que podremos adjudicarle el primer punto y merecimiento. Entre las cosas que cantó, dos de ellas sobre todo fueron alabadas. Érase una la Malagueña por el estilo de la Jabera, y la otra, ciertas coplillas a quienes los aficionados llaman Perteneras. Cuantos habían oído a la Jabera, todos a una le dieron en esto triunfo, y decían y aseguraban que lo que cantó la gitanilla no fue la Malagueña de aquella célebre cantadora, sino otra cosa nueva con diversa entonación, con distinta caída y de mayor dificultad, y que por el nombre de quien con tal gracia la entonaba, pudiera llamársela Dolora. La copla tenía principio en un arranque a lo malagueño muy corrido y con mucho estilo, retrayéndose luego y viniendo a dar salida a las desidencias del Polo Tobalo, con mucha hondura y fuerza de pecho, concluyendo con otra subida al primer entono: fue cosa que arrebató siempre que la oyó el concurso. Tocante a las Perteneras, son como seguidillas que van por aire más vivo; pero la voz penetrante de la cantora dábales una melancolía inexplicable.

El tiempo andaba entre tanto, y el festejo se encendía cada vez más, y era que, como velada de Señora Santa Ana, todo el barrio de Triana, iluminado como una hoguera, cantaba, bailaba y se daba perdidamente al placer y al regocijo. La numerosa y escogida cofradía con quien también nos hemos contentado y regocijado nosotros, para aumentar tanto rebato y estrepitosa alegría y dilatar más la hora de vivísima algazara que aquella noche trae consigo siempre en Sevilla, no tuvo más que trocar el sitio de su sesión, sacándolo de la casa consabida y traspasándolo al ancho ámbito del Arenal y cercanos huertos y melonares. Allí volvió a enredarse la fiesta, el baile y los cantares, dando también cada uno de por sí aventajada muestra por su persona Espeletilla y los demás continuos y familiares de La Dolores; sólo se notó que el poder central de la vihuela maestra se había debilitado mucho, puesto que aquí y allí, al son de otros instrumentos emancipados del centro común y en derredor de ellos, se formaban y aparecían otras ruedas y bailes, de donde se separaban en seguida otros grupos y corros menos numerosos, que al fin se apartaban y se dividían todos en parejas silenciosas y furtivas, que iban a esperar el alba por debajo de los limoneros y olivares.

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