Año: 2009
Distribuidora: Universal
Duración: 116 minutos
Sinópsis
Los límites del control cuenta la historia de un solitario misterioso (encarnado por Isaach de Bankolé), un extraño cuyas actividades están totalmente fuera de la ley. Ha venido a terminar un trabajo, desconfía de todos y no revela su objetivo a nadie. Su viaje, paradójicamente definido y onírico a la vez, no sólo le lleva a cruzar toda la península Ibérica, sino a través de su conciencia
CRÍTICA
El mundo en un palmo
J. OCAÑA
"El que se crea el más grande, que vaya al cementerio, y verá lo que es el mundo: ¡es un palmo de terreno!". El estadounidense Jim Jarmusch ha demostrado a lo largo de su carrera su vocación universal, su empeño en intentar capturar lo que une a una humanidad que parece desvivirse en mostrar lo que nos diferencia.
Sin embargo, ninguna de sus obras anteriores había resumido de forma tan tajante su espíritu de concordia como la frase que encabeza este párrafo: uno de esos dichos populares basados en la sabiduría de la experiencia, contenido en un cante flamenco que suena con poderoso brío en un par de momentos de Los límites del control, su nueva película, ambientada casi íntegramente en España. Esta petenera, palo flamenco triste y con fama de provocar mal fario, le sirve a Jarmusch para dos cosas bien distintas: la primera, redondear con ella una trama de aparente intriga, una película de espionaje sin una gota de acción, que se apoya en una estructura de círculos concéntricos que parece contener en su núcleo un consejo tan contundente como una pedrada; y segundo, para revelarse una vez más como uno de los cineastas que mejor se integra en terrenos aparentemente inhóspitos, que mejor escarba en donde otros sólo ven un superficial ejercicio de turismo cinematográfico, que mejor maneja las odiseas de un individuo que deambula por territorios desconocidos.
A través de la poderosa fotografía de Christopher Doyle, Madrid, Sevilla y Almería lucen en la película de Jarmusch como fascinantes microcosmos a medio camino entre lo sobrenatural y lo mundano, entre lo posapocalíptico y lo demencial. Así, su cámara decide filmar las esquinas más sucias y depauperadas del madrileño barrio de Malasaña para acabar componiendo con ellas un escenario último modelo en diseño artístico. El director de Bajo el peso de la ley y Noche en la tierra ha construido una pequeña joya deliberadamente anticomercial que, partiendo de una intriga con espías, mensajes cifrados, diamantes y capos mafiosos, termina hundiendo su afilado puñal en el absurdo de Samuel Beckett, en la ilustración de un cante jondo que transporta hasta una dimensión paralela, en un poderoso rosario de referencias artísticas (de Schubert a Antonio López, de Alfred Hitch-cock a Aki Kaurismäki).
Su muy particular ritmo y su aparente reiteración, donde siempre pasa lo mismo de una forma diferente, puede exasperar a buena parte de la audiencia, pero el que consiga adentrarse en su mundo, primo hermano del de El reportero, quedará atrapado por su sobrecogedor control de los elementos cinematográficos.
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