REVISTA "EL ALCAUCIL" Nº 49. MAYO 2010
LA PETENERA
NARRACIÓN POPULAR
Eugenio de Olavarría y Huarte
Eugenio de Olavarría y Huarte
Artículo publicado el 28 de Abril de 1881 por Eugenio de Olavarría y Huarte en “LA AMÉRICA: CRÓNICA HISPANOAMERICANA” (Madrid: 1857-1886)", una de las revistas más importantes y difundidas de todo el siglo XIX español.
La leyenda oscura que perseguía a las Peteneras, principalmente la misteriosa y trágica vida de su progenitora, atrajo a poetas, escritores, dramaturgos…. que vieron en ella un argumento melodramático original para sus creaciones. En 1881 las Peteneras estaban de moda en toda España, y de este año es esta “Narración Popular” de Eugenio de Olavarría, la creación más antigua de que tenemos referencia hasta ahora, en la que se cuenta la historia de amor no correspondido de una hermosa mujer, Lola “La Petenera”, que terminará trágicamente.
Eugenio de Olavarría y Huarte nació en Bilbao el 23 de diciembre de 1829. Militar, escritor, poeta y periodista. Jefe del Cuerpo Administrativo del Ejército, director de El Ejército Español (1895), colaboró con Francisco Zea en Maese Juan el Espadero y otras obras; fue redactor de Las Cortes, Eco del País, Universal (1867), La América. Publicó Tradiciones de Toledo, Madrid, 1880. Leyendas y tradiciones, ibid., 1888. Irmia, poesía (en Rev. Esp., 1881, t. LXXX). El Saltimbanco (ibid., 1883,t.XCIX). Sus producciones dramáticas son: Don Carlos de Austria (1851), Por el camino de hierro (1851), Errar la cuenta. El camino más corto. Duda en el alma ó el embozado de Córdoba (1857). Los Apuros de Gaspar (1863). Margarita, zarz., (1864). El Alcaide de Toledo, dr., (1882). Errar la cuenta.
I
La oscuridad de la noche empezaba a invadir las calles de Madrid, y en las habitaciones, faltas de luz, se confundían los objetos perdiendo sus contornos en la sombra, y apareciendo sólo como pequeñas manchas en otra más grande y negra todavía. Las campanas, desde las altas torres de las iglesias, tocaban el Angelus y parecía como que cantaban a coro las alabanzas de la Virgen de la leyenda cristiana, en el momento en que el ángel la salud como a elegida del Señor.
Era un patio de una casa de vecindad, infecta y sucia como antesala del averno; un patio en que una porción de puertas colocadas con pequeños intervalos daban paso a cuartos estrechos, a habitaciones mal sanas de las que salía un hedor insoportable, en las cuales parecía imposible que pudiesen respirar, y moverse, y vivir, criaturas humanas; largos corredores, pasillos estrechos y revueltas galerías, en los pisos altos : aquella casa de mezquina y pobre apariencia servía de habitación a todo un pueblo; parecía una inmensa colmena, y por todas partes había ventanas entronadas, postigos a medio abrir, puertas a medio cerrar. La atmósfera, cargada de una porción de emanaciones desagradables, podía cortarse; los pulmones rechazaban al principio aquel ambiente tan poco propicio, y solo ante la amenaza de asfixia se resignaban a aspirarlos. Desprendíase de todas partes vaho de la miseria enlazada con el descuido.
Y a la vez que aquellos efluvios insanos, una gritería infernal salía por las junturas de las destrozadas puertas y los hierros desgastados de los ventanillos. Aquello semejaba un manicomio.
Todos los afectos del alma tenían una nota en aquel concierto infernal, como si el demonio, para componer aquel himno, hubiera recogido en los barrios bajos de todas las ciudades del mundo las notas más chillonas que pudieran hacer más espantosa su música.
Solo de uno de aquellos cuartos no salía ruido alguno, como si le faltase una voz que unir a aquella inmensa batahola, especie de canto de la locura cantado por un coro de condenados. Solo en aquel recinto estrecho, pobre y sin luz, sentábase el silencio tapándose con ambas manos los oídos para no escuchar la espantosa y confusa gritería. De cuando en cuando, sin embargo, oíanse dentro sollozos comprimidos, una voz débil, muy débil, que hablaba torpemente con el tartamudeo de la enfermedad, y otra, más fuerte, que la respondía, pero ambas con un tono tan triste que llenaba los ojos de lágrimas y los labios de suspiros.
La habitación, irregular y estrecha, como si más que para vivienda de personas la hubiera destinado el arquitecto a palomar o canariera, estaba completamente a oscuras. No había en toda ella más que una silla baja, con el asiento desfondado. En un extremo, donde las paredes formaban un ángulo agudo muy pronunciado, como si tendiesen a unirse aplastando al imprudente que entre las dos se colocara, un pobre jergón relleno de paja que se escapaba por algunos agujeros que la humedad, sin duda, había abierto en la tela y tendida sobre él, y apoyando la espalda sobre el muro, una mujer joven y hermosa, bajaba la cabeza y lloraba silenciosamente, cubriéndose el rostro con las manos; y las lágrimas, al resbalar entre sus dedos, parecían gotas de rocío escapándose del cáliz de un manojo de azucenas. Cerca de ella, sentada en el suelo, una anciana estendía (sic) hacia ella su cuerpo, encorvado más por los sufrimientos que por el peso de los años.
-No llores, hija mía, no llores; te lo pido por Dios, por lo que más ames en el mundo.
-¿Y qué amo yo en el mundo más que a Vd. madre mía? ¿A Vd. siempre tan buena para mí, que me ha perdonado mi ingratitud y ha tendido un velo sobre mi falta?.
-No me recuerdes eso; no te apenes tú tampoco con ello, déjalo. Si es verdad que esiste (sic), el arrepentimiento te redime y te vuelve a mis brazos honrada y buena como lo eras antes de conocer a ese hombre. Lo que debes hacer ahora es curarte, hija mía y conservarte para mí.
-Para Vd. que tanto me necesita, para Vd. que tanto me quiere, ¿verdad, madre?. Y yo he podido olvidarla a usted, dejarla sola en Sevilla para venir tras ese infame…-
Y la joven bajó de nuevo la cabeza.
-No tienes tú la culpa, hija mía. Él te volvió loca y además, yo me quedaba con mi hermano; ¡pero estaba tan triste!. ¡Me tanta hacían tanta falta tus cuidados!. Por eso vine a buscarte apenas supe tu abandono. Y dí por bien empleados los malos ratos que pasé, yo, pobre ciega, mendingando de día un pedazo de pan que llevarme a la boca, y de noche un cobertizo que cobijase mi cuerpo.
Largo, muy largo es el camino que hay entre Sevilla y Madrid, pero se hace mucho más largo cuando está erizado de espinas y hay que regarlo con sangre… Pero, ¿qué importa todo lo que ya pasó si por fin estamos reunidas, si tú estás ya convaleciente, como dice el médico, y pronto podrás levantarte y coser para que podamos volver a Sevilla, a arrodillarnos en el cementerio en que descansa tu buen padre?. se curase.
-Ya te ha dicho el médico que hasta que no están formadas del todo las cataratas no me harán la operación. No hay más que tener paciencia.-
Hubo un largo silencio, durante el cual la joven hizo esfuerzos para no llorar; pero el dolor fue más fuerte que su voluntad, y al fin estalló en gemidos.
-¿Otra vez?- la preguntó dulcemente la anciana.- ¿Volvemos a empezar?. ¿Pero es que no te quieres poner buena?.
-Madre, madre, soy muy desgraciada.
-Por lo mismo debes pedir a Dios que te dé fuerzas y no ofenderle matándote, como estáshaciendo, y matándome a mí de paso.
-Pero madre, ¿no ha oído Vd. a la Antonia?
-La Antonia no es, más que una parlanchina que no tiene consideración al estado en que te encuentras ni a la situación en que nos ve. Podía haberse guardado sus noticias.
-¡Se casa, madre, se casa esta misma noche; a estas horas quizá!…
-Bien, ¿y qué? ¿Qué ganas tú con que se case o no?.
-Y esta noche, noche de bodas para él, no irá a turbarle nuestro recuerdo, y se creerá muy feliz en brazos de esa otra mujer, mientras yo aquí, abandonada, me muero, porque me muero, y me muero muy pronto, madre mía.
-Yo sí que me voy a morir como sigas hablando de ese modo.
Ante estas palabras, dichas por la anciana con inmensa amargura, la joven se calló; pero quien hubiera podido ver sus ojos llenos de lágrimas, su frente preñada de arrugas y los rayos que de cuando en cuando brotaba su mirada, habría fácilmente comprendido cuán diversos sentimientos reñían tenaz lucha en su corazón acongojado.
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