En la provincia de Cádiz son muchos los pueblos que gozan de bellísimas fisonomías, pueblos de la serranía, de la rivera o el llano, pueblos de la frontera o los puertos, las viñas, las dehesas y los pantanos. Pueblos blancos de cales, soles y sombras cuyas iglesias mudéjar alzan sus campanarios en las noches de plenilunio tal si fueran minaretes árabes. Todos y cada uno de ellos con su idiosincrasia forman el conjunto que a lo largo y ancho de la provincia de Cádiz exornan nuestro paisaje. Que al ser de aquí, de este esplendido rincón sureño, todos tienen características comunes y algunos muy similares. No obstante, al recorrerlos hayamos diferencias notables, no sólo arquitectónicas, sino también culturales, laborales, folclóricas y hasta de sus costumbres y formas de contemplar la vida. Y eso a pesar de estar a escasos kilómetros unos de otros.
Porque, ¿qué tienen que ver El Bosque con Benamahoma? ¿O ésta con Grazalema o Ubrique? Todo y nada, sólo que se encuentran a corta distancia y bajo el común denominador de los pueblos blancos. Porque en la provincia de Cádiz cada uno es distinto, por no decir único. ¿Y qué decir de esa maravillosa consecución de pueblos que hasta la capital y en hilera forman los Puertos? Igualmente, mucho y poco tienen que ver unos con otros; nada que copiarse para parecerse, ni por qué igualarse.
El de Santa María alberga el rico distintivo de su glorioso pasado, el que desde el siglo XVI al XVIII, por la bocana de su río, se viera abordado de galeones indianos que la transformaran en la ciudad de los cien palacios. O el de Puerto Real, que libre del Ducado de los Medina Sidonia y del poder hegemónico de los Guzmanes, abriera a los Reyes su puerto al mar; de ahí su nombre. Y tantos otros que desde Sanlúcar a Tarifa conviven en perfecta armonía con los levantes y los ponientes.
Igualmente, similares en culturas y tradiciones, cultivan cada uno los matices de sus músicas y folclores. De esta manera, mientras que los Puertos y la capital suelen henchir nuestros corazones con sus Alegrías, Sanlúcar de Barrameda hace lo propio con su Mirabrás, enriqueciendo las Cantiñas de músicas y melismas. O Jerez nos conmueve con la ranciedad de la Soleá y la Siguiriya gitana, o el inigualable compás de las bulerías.
Es la Rosa de los Vientos la que aquí, allá y acullá, hace convivir en perfecta armonía y simbiosis a todos los pueblos que la componen, embriagándonos cada uno de ellos con sus tradiciones y su diversidad, existiendo sólo una excepción, un bastión que se conserva en la rivera jandeña, entre la sierra y el mar, entre el pantano y el río, entre la dehesa y la viña, y se llama Paterna de Rivera.
Pero ni los de la Frontera, ni la de Sidonia o los Gazules que la rodean, han logrado nunca desvirtuarla con sus influencias. Ni la sierra o el mar han podido con su originalidad. De ahí que Paterna y su bella y enigmática Paternera se erijan únicas entorno a la leyenda de un cante, manteniéndose inmarchita a pesar de las muchas músicas, ritmos y altisonancias que las han circundado durante siglos. No cabe duda que es la singularidad de su cante el que con sus melancólicos y apasionados mensajes nos sustrae y atrae sobremanera. De hecho, Paterna es visitada constantemente desconociéndose las razones de por qué se la frecuenta. A veces por tan fútiles motivos como el de ir a comprar pan a sus tradicionales tahonas o a desayunar las todavía humeantes hogazas untadas de ajo con el mejor de los aceites en sus ventas y cafés. Todas son meras excusas, la razón es la enorme atracción que ejerce su historia y su leyenda que no es otra, que la de su Petenera. Altiva y bella mujer que en medio de su plaza y de la mano del escultor Jesús Cuestarana proclama a los cuatro vientos su condición de haber sido la perdición de los hombres. Fue en la centuria del 1800 en el pequeño pueblo de Paterna de Rivera en el que dejó la honda impresión por la que ha trascendido. De ahí que a la mítica cantaora actualmente se la venere a través de un cante que ella creó y que ya es cultura.
Ya hechos chico y grande o Petenera corta o larga, se han popularizado a lo largo del tiempo gracias a las versiones de Medina El Viejo o La Niña de los Peines, cuyas coplas de cuatro o cinco versos octosílabos tienen mensajes sentenciosos de arrebatados amores, desamores y despechos, o aquellos otros textos que en alusión a La Petenera maldicen a su persona, lamentando su proceder e inclusive a quien la trajo al mundo, o la hora en que nació. Mal halla la Petenera/Y quién la trajo a la Tierra,/Que la Petenera es causa,/De que los hombres se pierdan. Todas haciéndola culpable del sufrimiento de los hombres.
Poco o nada se conoce de esta notable y valiente cantaora, cuyas fidedignas noticias se han perdido en los anales de la historia del cante flamenco. Solo nos queda la tradición oral, la que desde los tiempos de un tal "Juanelo", que dijo haberla escuchado, corre incesante de boca en boca por los mentideros flamencos, sobre todo en su pueblo natal Paterna de Rivera con la historia de su pena y su quebranto.
En la plaza de la Constitución de Paterna de Rivera se alza esculpida en bronce majestuosa y altiva, alimentando la leyenda, continuando de este modo una forma de proclama mundial interminable, cuya lectura no es otra que la de una valiente cantaora que a través de un cante de entonación pausada, melódica y sentimental defendió y reivindico sus derechos como mujer libre hace aproximadamente 200 años.
Cantando así:
Dicen que fui despiadada,
que a los hombres desprecié;
fue en pago del maltrato,
que tuve como mujer.
No tuve quien me quisiera,
ni me procurara el bien;
que por ser la Petenera,
me trataron con desdén.Si ahora dicen que fui,
'la perdición de los hombres',
fue porque no conocí,
quien mereciera ese nombre.
Rafael Lorente Herrera
FUENTE: lavozdigital.es
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