REVISTA "EL ALCAUCIL" Nº 49. MAYO 2010
LA PETENERA
NARRACIÓN POPULAR
Eugenio de Olavarría y Huarte
IV
Todo era animación y bulla, estrépito y algazara en un cuarto principal de la calle Lavapiés. Hacía largo rato que sonaba, y ya la vecindad, acostumbrada al eco prolongado de los gritos, a los latidos intermitentes de las risotadas, apena si le prestaba atención. La murga, que durante un par de horas sopló con una constancia y un entusiasmo dignos de mejor causa las piezas más alegres y populares de su repertorio, combinándolas con sendos tragos de lo añejo, habíase retirado ya con todos los honores de guerra. La calle empezaba a quedarse desierta.
Las doce en punto y nublado concluía de cantar el sereno cuando entró Lola en la calle. La noche era bochornosa; la atmósfera pesada. Grandes nubes encapotaban el cielo, y apenas si por sus rotos girones dejaban pasar el trémulo resplandor de algunas estrellas.
Lola respiraba con dificultad. Las fuerzas ficticias que la habían sostenido hasta allí, empezaban a abandonarla en el mismo momento de llegar al logro de su insensato deseo. Hizo, sin embargo, un supremo esfuerzo, y siguió adelante, hasta llegar frente a la casa que parecía un monstruo ebrio exhalando gritos descompuestos y estallando en estentóreas carcajadas. Allí se dejó caer desfallecida en el quicio de una puerta, y quedó arrimada al muro como una mancha en la pared, temblando convulsivamente.
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