El día que me encargaron la realización de un busto del Niño de la Cava el ánimo se me trocaba –sin solución de continuidad – desde la alegría a la contenida tristeza. Todavía estaba fresco el dolor de su muerte al filo de cumplir los setenta y dos años de vida. Aún había mucha frescura en el cuerpo y ganas de cantar y vivir. La última vez que lo ví andaba ya el hombre tristón, presentía que por las entrañas rumiaba una “cosa” mala .
Se me quedó en la retentiva –nunca se me despintará- su última sonrisa, su ultima mirada triste herida por la melancolía al pie de su venta la Petenera, un sagrado lugar flamenco con las paredes a reventar de fotografías y recuerdos.”Es mi museito”, solía decir.
Tenía ante mí un reto: revivir y vivificar o fortalecer la memoria de la figura de un humilde cantaor y amigo. “Vivificar las cosas para la posteridad poder fue de unos ojos que nunca han sido viejos”, viene a cuento Miguel Hernández.
Darle vida a una persona a la que has tratado más de treinta años ¿Por donde empezar? Se me vino a la mente un maremagnum de imágenes caleidoscópicas del cantaor y luego me sumí en una duda inquietante adobada con una especie de grito silencioso. Así que determiné darme un paseo por el tiempo y la vida de Francisco Guerrero Jiménez, también conocido como Niño de la Cava y Frasquitín. Dos apodos con claros aromas de Peter Pan. (el niño que siempre quiso ser niño). De manera que el cantaor paternero le llamaron siempre – de por vida – como si fuera un zagal. Pero un niño con el drama interior de un hombre que canta lo vivido.
Nació el cantaor en 1933, (cuando el drama anarquista de Seisdedos y el paisano Miguel Pérez Cordón y la Libertaria y un puñado de campesinos que murieron abrasados pidiendo un cacho de tierra ). Niño yuntero en la posguerra buscando el pan en las raíces de la tierra. Cada espiga un bocado de pan moreno. El pan del mismo tono que los cueros trabajados del cuerpo. Ya con mucho reloj y lluvia encima le oí decir al cantaor : “Si uno no hubiera provenío del campo, a lo mejor no fuera cantaor o me hubiera expresao de otra manera”. En la soledad de la besana – entre surcos – nacieron los primeros cantes y las primeras letras con sabor campero (temporeras, fandangos, trilleras, serranas, jaberas…). Le llegó la hora de canjear las lonas por traje de buen corte. El botillo campero por la bota flamenca. Bolos por los pueblos. Llegó a actuar en Londres. Cinco discos grandes conteniendo su enciclopedia sonora del cante (peteneras, colombianas guajiras, fandangos, seguirillas, bamberas ,martinetes, farrucas…) No voy a entrar en juicio de valor sobre el cante del Niño de la Cava, para eso están los entendidos y sentidores del flamenco. Pero si puedo decir que el cantaor paternero era largo, tocaba todos los palos y poseía una voz natural con mucha intensidad y drama. Le daba su acento personal a la esencia del cante antiguo. Conmovía verlo cantar en vivo con su fuerza arrebatadora; un grito antropológico. Cuando se rajaba la voz era cuando más duende tenía. Tenía Frasquitín la misma creencia de aquel guitarrista que un día le dijo a Federico García Lorca: “ El duende no está en la garganta; el duende se sube por dentro desde la planta de los pies”. Al torero gitano Rafael de Paula le oí decir casi los mísmo : “ El duende entra por la palma de la mano”. ¿Contradice alguien?
A Francisco Guerrero “Niño de la Cava”, le vino el reconocimiento en vida: una calle, un libro Lamento de un hombre del campo (editado por el Alcaucil), muchos premios y sobre todo el afecto de su pueblo .
Ya tiene el cantaor en su Paterna de Rivera, su retrato en bronce. Otra vez la mirada triste y profunda y el rictus amargo presto a arrancarse por soleá; el cante de la vida, el amor, la pena y la muerte. La mirada del El Niño de la Cava era una armonía de contrarios, heraclitana pura: miraba alegre y triste a la vez. El cantaor de la tierra y del aire, y del fuego y del agua que puso voz a la Madre Natura posa ya con todo el tiempo para él. “El tiempo también pinta” en dicho goyesco o lo que es lo mísmo: el tiempo también modela.
El retrato intemporal del Niño de la Cava habita ya al aire libre en una placita de Paterna. Cuando Dolores , la mujer, sintió de cerca el bronce lo acarició llenando la atmósfera reinante de vida y emoción desatada en un mar de lágrimas. Se oyó una voz calladita entre el público .”Está vivo”. Para emocionar hay que emocionarse. La magia del arte flamenco no cabe en el pentagrama .No cabe en el papel. Ni cabrá. Jean Paul Sartre nos viene a decir en su Teoría de la emoción: “ Lo que llamamos emoción es una brusca caída de la conciencia en lo mágico”,
El arte flamenco tiene ya en Paterna de Rivera tres retratos en bronce: Dolores la Petenera, Antonio Pérez “El Perro de Paterna”.Francisco Guerrero “Niño de la Cava” y muy pronto en vida - ¡ como debe ser ! – tendrá su busto Rufino García Cote “Rufino de Paterna” una bondad elevada en su cante y su persona.
La misma noche que descubrieron –entre una bandera de cal y trigo verde – el retrato en bronce del Niño de la Cava se oyó entre el público la voz susurrada de una mujer : ”Se le sale el compás por el semblante”. Esa fue la primera intención del escultor que escribe: darle compás al bronce.
Jesus Cuesta Arana. Revista "El Alcaucil" nº44. Abril 2007
1 comentario:
FELICIDADES POR EL MONUMENTO HECHO CON CARIÑO. NO SOY DE PATERNA,SOY DE MEDINA SIDONIA,MI CUÑADO ES NIETO DEL NIÑO LA CAVA EN PAZ DESCANSE. AHORA TOCA RUFINO. GRACIAS Y DE NUEVO MIS FELICITACIONES.
Publicar un comentario